Latinoamerica 500 años desobedeciendo
Alguien decía, ¿qué sería del mundo sin Latinoamérica?
Dicen que Latinoamérica es el tercer mundo, la periferia, el atraso.
Dicen que somos los subdesarrollados, los salvajes e
ingobernables.
Contrariamente a este discurso hegemónico que pretende
tenernos inmóviles y silenciosos, los pueblos desde México hasta la Patagonia se
mueven, se despiertan en algunos casos y en otros, no paran.
Desde septiembre de 2019, millones de personas han
salido a las calles en Haití, Ecuador, Chile, Colombia. Varios han sido los
detonantes del descontento popular que solo es la cúspide de toda una montaña
de injustica social, de un sistema que asfixia a la población, es la pérdida de
confianza en esa democracia para unos pocos.
Hartos de las condiciones de vida que ofrece el
sistema capitalista, millones de latinos se movilizaron contra los gobiernos
neoliberales. Cada país con su propia realidad, pero con un enemigo común. Las
elites y los gobiernos tienen un pacto pegado con saliva, pero a la final un
pacto, que es el de dominar a las clases populares, servirse de los
trabajadores y pueblos para acumular las riquezas. Los gobiernos no son más que
administradores, bien remunerados, del negocio de los más ricos.
En marzo de 2020 la pandemia del COVID19 golpeó a
Latinoamérica. Y el confinamiento fue un derecho al que pocos pudieron acceder.
Un continente donde más del 40% vive al día, es decir, si no trabajas no comes.
Vendedores ambulantes, trabajadores por horas, pequeños comerciantes, empleadas
domésticas; trabajo precario y esclavo, jubilaciones miserables y, las masas de
desempleados que buscan como sobrevivir, sumado a la falta de derechos laborales
de los trabajadores latinoamericanos hizo difícil un confinamiento adecuado.
Adicionalmente las condiciones de hacinamiento,
insalubridad, falta de acceso a servicios básicos, etc., las políticas que han
golpeado a la salud pública, provocó que el centro de contagio de la pandemia
se ubique mayormente en Latinoamérica. En este lado del mundo el dilema fue o
el coronavirus o el hambre. Y muchos optaron por el hambre, el coronavirus fue
lo de menos. Los muertos, como en Estados Unidos o Europa, se encuentran
mayormente en las zonas populares.
Los gobiernos serviles a las elites, a corporaciones
extranjeras y organismos mundiales, pagaron la deuda externa, en algunos casos,
la negociaron. Por ejemplo, en Ecuador, el ministro y su viceministro de
economía, vinculado a empresas con paraísos fiscales y tenedores, pagaron
puntualmente la deuda a costa de la vida de miles de ecuatorianos. Y los
cadáveres en las calles de Guayaquil comenzaron a descomponerse, y más cadáveres
se multiplicaron en las casas de familias pobres.
En Brasil, el presidente Bolsonaro en calidad de fanático
evangélico, desafiaba la ciencia, contradecía a su propio ministro de Salud.
Llamaba a sus fieles a las calles, él mismo se paseaba sin protección alguna. No porque este confundido, simplemente porque
la vida del pueblo y los trabajadores brasileños no le importa. Brasil es la
hacienda de un fascista. No se podía esperar menos de un torturador y violador
al frente de un país.
Pero como el mundo siempre está en movimiento, olas de
protestas de brasileños se levantaron contra el presidente que envió a su
pueblo a morir por corona virus y por hambre. Estas olas se incrementaron ante
las protestas en EEUU por el asesinato racista en contra de George Floyd.
Porque en Latinoamérica el racismo es una herida abierta.
En Bogotá, Colombia pobladores de barrios marginales
reclamaban por comida, fueron reprimidos, apaleados. El asesinato contra
dirigentes populares no estaba en cuarentena, se ensañaron con familias de
dirigentes sociales o desmovilizados.
En Chile, las protestas vienen desde el 2019, un
pueblo que salió del stress postraumático de la dictadura, y que ahora, ni la
pandemia ha logrado detener sus deseos de justicia social. El experimento
neoliberal se hizo añicos, la propaganda del paraíso chileno termino pisoteada
por estudiante chilenos, pobladores, desempleados. Pero en un país donde todo
es privado, pasa lo mismo que en Guayaquil, Ecuador. Enfermos moribundos en las
calles, cadáveres en las casas y en las veredas.
Lo cierto que los gobiernos en su mayoría
privilegiaron el capital a la vida. Millones de dolares para salvar a los
monopolios, a las empresas de los grupos más poderosos. Las multinacionales despidieron
y se fueron impunes, dejando trabajadores con las manos vacías. Bajo la
justificación de la pandemia y la crisis, los grandes empresarios aprovecharon
para despedir trabajadores sin consideración alguna. ¿Como se explica que
trabajadores con 10, 15, 20, 30 años de trabajo sean saldados con 200 dólares?
La pandemia develo lo que ya se venía denunciando. La
terrible injusticia social, las desigualdades y pobreza en la que Latinoamérica
está sumida. Aprovecharon la pandemia para imponer recortes, para golpear los derechos
laborales y reforzar la maquina capitalista. Y ya los gobiernos se están
preparando para la explosión social post pandemia. Todo el desempleo, el hambre
y la inconformidad lo van a enfrentar con sus ejércitos en las calles.
El estallido social en Latinoamérica posiblemente no
provoque una revolución en alguna parte de este hermoso continente. Pero estas
luchas por el derecho al trabajo, en defensa de territorios indígenas, por los
derechos de las mujeres, contra los recortes y la discriminación, contra el
capitalismo etc, van abriendo caminos a la revolución social. Se va creando
conciencia y camino al andar.
Latinoamérica es una constante de la lucha social, no
ha sido un mar en calma, somos esa parte del mundo que sigue contestando y rebelándose
frente a las injusticias.
El racismo estructural de Estados Unidos ha provocado
protestas históricas en este país, que impactan al resto del mundo, no solo por
la violencia policial, sino por la pobreza y desigualdad que enfrenta el pueblo
estadounidense, el mito del país de la democracia y libertades, se desmorona.
El racismo contra la población negra y latina tiene un
saldo. “Entre 2019 Entre 2013 y 2019, la policía en los Estados Unidos mató a
7,666 personas”[i]
la mayoría pertenecientes a la población negra y latina.
Pero el “no puedo respirar” o “I can’t breathe”, también
se replica a la frontera con México, los latinos muertos en los pasos
clandestinos, en el desierto, cruzando el rio Bravo como el último caso de un salvadoreño
y su hija ahogados, o simplemente desaparecidos o asesinados por “cazas
migrantes blancos”.
“La
región fronteriza entre Estados Unidos y México ha sido la más letal del
continente, la OIM ha contabilizado un total de 2403 defunciones desde 2014. En 2019, las
víctimas sumaron 497”[ii].
El muro norteamericano es, de hecho, la imagen más fuerte de racismo. Si
dejaran la injerencia en nuestros países, si respetaran nuestra autodeterminación
y hicieran un alto a su propaganda manipuladora, no tendríamos necesidad de
cruzar al otro lado.
En Latinoamérica al racismo contra negros e indígenas no
es la excepción. En Brasil, la violencia policial en las favelas es cotidiana y,
según las organizaciones sociales brasileñas, es 20 veces peor que en EEUU. Sin
olvidar los crímenes de los hacendados paramilitares contra los indígenas que se
han incrementado.
Solo en 2019 la policía de Rio de Janeiro asesinó 860 personas
negras. El racismo en Brasil es una política de Estado. “Cada 23 minutos un joven
negro es asesinado en Brasil. La mayor parte de estas muertes son provocadas
por agentes del Estado, representados por la Policía Militar”[iii]. Policía
militarizada que actúa bajo la lógica de la doctrina de seguridad de los Estados
Unidos: el enemigo interno. Copia y pega para el resto de ejércitos de América
Latina.
“En
Brasil…la policía brasileña es autora de la muerte de 6 personas cada 24 horas”[iv]
Las organizaciones de derechos humanos y sociales hablan de genocidio “genocidio
del pueblo negro, pobre y marginal”. Los indígenas no están muy alejados.
En Argentina la discriminación contra haitianos o
senegaleses, en Chile contra los indígenas mapuches e indígenas de otros países.
En Ecuador, Colombia persiste el racismo contra los pueblos negros e indígenas,
también hay muertos por violencia policial, impunes. El acceso a derechos tampoco
ha mejorado considerablemente para estos pueblos.
En fin, en estos meses de pandemia, los pueblos han mostrado su creatividad, su articulación para sobrevivir, se ha vuelto, en muchos casos, a la colectividad. Se practicó el trueque, nuevas formas de intercambio y solidaridad. Los indígenas, pequeños agricultores y campesinos, fueron la fuerza indispensable para alimentar a las ciudades. Los trabajadores que realizan la recolección de basura, de limpieza de calles, las cajeras, y un sinnúmero de trabajaos fueron reconocidos, no son héroes, son trabajadores invisibilizados y en muchos casos precarizados.
Latinoamérica, toda esa masa trabajadora no tiene
fronteras.
No aprendimos a obedecer los caprichos de monarcas.
Somos pueblos que llevamos 500 años desobedeciendo, porque no nos adoptamos a
las lógicas “occidentales” del saqueo, de la dominación. Somos pueblos
solidarios, con raíces profundas a la naturaleza, con una visión del mundo
distinta. Es innegable que el capitalismo a golpeado con su propaganda a una
parte de la población que expresa su xenofobia, su racismo y su odio de clase,
pero hay otra, mayoritaria, que sigue resistiendo y creciendo.
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